lunes, 23 de agosto de 2010

un invierno de novela


Uno de los ejercicios del taller consistió en la lectura de una novela a criterio de cada uno.

Allí fueron apareciendo textos de lugares y épocas diversas en la mayoría de los casos. Citamos estos comentarios para luego sumar unos cuántos más.
 


“El Amante”, de Marguerite Duras. Por Valeria Allegrucci.

La historia es una biografía ficcionalizada por la autora. Escrita en 1984. Los hechos se remontan a 1930 en la Indochina. El deseo atraviesa la historia de amor entre una joven adolescente y un comerciante chino. Allí comienza. El encuentro de los amantes es el motor de los sucesos, que nos hablarán de la vida en aquel lugar remoto de la colonia francesa en Saigón, de las calles enfurecidas por el ruido, los brazos de un río poderoso que es testigo de un territorio que se vuelve difuso, de las diferencias sociales, de la guerra como una presencia latente. Todo lo que se extingue y corre hacia el mar. Es también la historia de una familia, el desgarro, la monstruosidad de esas relaciones corrompidas. La madre y sus hijos. Visto a través de los ojos de una niña que capta ese mundo vivo, con toda la crudeza y a su vez se entrega, despojándose de sí misma cada tarde, a ese mundo del que forma parte pero al que no pertenece. La pasión insaciable entre los cuerpos y el amor, la dulzura,  perder la dimensión del tiempo, lo que los une es una metáfora que se contrapone a la frivolidad del mundo afuera, a la superficialidad y dureza de la vida en la ciudades. “Ha parado el viento y bajo los árboles hay esa luz sobrenatural que sigue a la lluvia. Los pájaros gritan con todas sus fuerzas, dementes, afilan el pico contra el aire frío, lo hacen sonar en toda su amplitud de modo ensordecedor” Una novela escrita en una lengua extraña, con un acento y un ritmo particular. Eso es lo que nos seduce. Hay una relación profunda, íntima entre el mundo de las palabras y las cosas, que a veces están confundidas en el lenguaje. No siempre se está  adentro/afuera, los tiempos son inventados por una necesidad que no responde a ninguna lógica del relato. Es la prosa quebrada de Marguerite Duras  lo que vuelve vital a la historia. Lo que no se dice o se dice como susurrando al oído. Lo que hila y nos lleva a seguir leyendo, prendidos a las oraciones. Incapaces de abandonar la lectura. Los verbos, las palabras, el lenguaje todo se  desborda de la página, la respiración misma. Vamos y venimos, atentos, flotando en las historias que se entrecruzan, cada fragmento parece estar ligado al momento anterior, a lo que vendrá, cada historia es un motivo para seguir narrando, seguir escribiendo. Descripciones intensas, violentas del río, de la vida alrededor del río Mekong. La piel de los amantes como las aguas del río en movimiento, ahogándose en lo profundo, como lo efímero, la agonía de ese vaivén incesante que arrastra islas, un transbordador, el barro, se traga la tierra “ha arrastrado todo lo que ha encontrado desde el Tonlesap, la selva camboyana. Arrastra  todo lo que le sale al paso chozas de paja, selvas, incendios extinguidos, pájaros muertos, perros muertos, tigres, búfalos, ahogados hombres ahogados, cebos, islas de jacintos de agua aglutinada, todo va hacia el pacífico, nada tiene tiempo de hundirse, todo es arrastrado por la tempestad profunda y vertiginosa de la corriente interior, todo queda en suspenso en la superficie de la fuerza del río”
Así escribe Duras. La habitación de los amantes, en el centro de la ciudad, aislada del la multitud en el mercado en Saigón es “un lugar de desamparo, naufragado”.
Hacia el final, el viaje en barco rumbo a París, con un fondo de piano de Chopin resonando en la noche es el lugar de la posibilidad, el descubrimiento: “y la joven se levantó como para ir a su vez a matarse, a arrojarse a su vez al mar y después lloró porque pensó en el hombre de Cholen y no estaba segura, de repente, de no haberle amado con un amor que le hubiera pasado inadvertido por haberse perdido en la historia como el agua en la arena y que lo reconocía sólo ahora en este instante de la música lanzada a través del mar”.







Algo que contarte de Hanif Kureishi. Por Adriana Khazki.




No sé si hay algo nuevo que contar en "Algo que contarte".


Kureishi vuelve a contar lo mismo.

Así cómo es adentro es afuera. Así cómo es afuera, es adentro. Intimidad y realidad social parecen ser consecuencia una de la otra.


Cuál es la distancia entre Londres y Pakistán?


Y entre el protagonista y su hermana?


Y la que lo separa/une con su hijo?


Y con su pasado? Esa distancia tiene nombre de mujer o de muerte?


Me da la sensación de que el secreto no revelado, lo no dicho, es la excusa para contar otras tantas cosas acerca de la familia, el origen, la injusticia, los primeros amores, el miedo, los amigos, la culpa, los excesos, las relaciones y la propia existencia.


Hay algo en el relato que lo hace llevadero. Los obstáculos? Y hay algo que lo hace lento y desabrido. La falta de poética?


Tengo más preguntas que respuestas. Como siempre. Como en la vida. Y creo que eso no está mal.

La traición de Rita Hayworth- Manuel Puig. Por Carolina Maranguello

Las loritas viven una sola noche. Les llaman loritas a los bichitos de la luz, que son verdes como los loros, pero muy chiquitos. Golpean contra la luz, toc, pac, y a la mañana siguiente amanecen todas muertas alrededor del farol.
En la Traición de Rita Hayworth de Manuel Puig cada personaje es como una lorita que habla una sola noche. Cada personaje habla y se habla mientras espera para confesarse o corta géneros de tela, cuenta de Coronel Vallejos y de los pecados de pensamiento, de la economía casera, de la muerte, de la escuela y de los cosméticos. El día cae sobre la lorita moribunda y la voz pasa a otro personaje. Novela hecha a partir de los monólogos mentales de Toto, Mita, Paquita, Héctor… entre La Plata, Coronel Vallejos y los recuerdos de Galicia.


El cine y el melodrama forman parte de la vida cotidiana de los personajes y es la matriz desde la que muchos de ellos piensan las escenas de su propia vida. Cada voz se va construyendo entre el deber ser legítimo para una sociedad como la de Vallejos –los modelos de masculinidad, de mujer, de familia- y el desvío de esa moralidad. Hay actividades que se pueden desarrollar a la luz del día, y otras que pertenecen a la más completa intimidad: Toto pinta cartones de sus actrices de cine favoritas, Mita llora a espaldas de Berto, Paquita piensa en las manos de Raúl García...


Constelación de voces que por momentos se tocan y por momentos se aíslan, la novela diseña a la vez la dimensión de lo propio y de lo comunitario como espacios que se excluyen y que sólo pueden encontrarse en el relato mental de cada personaje.

 
Un piano en Bahía Desolación. Libertad Demitrópulos. Por Graciela Vanzan.
 

Gin-Whisky, que dejó de cargar con un nombre y apellido y aceptó el que impusiera el mar como capitán, anda olvidado de recuerdos. Nancy, que ante la opción de consumirse en una fábrica, caer en la prostitución o llenarse de hijos y pobreza en Liverpool, llegó buscando el paraíso perdido. Bernardino, un mozo delgado, de espaldas elásticas, pelo medio oscuro y bigote como cola de ratón. Catapultado desde su pequeña ciudad junto a los Andes hasta el estrecho de Magallanes, se reconcilia con la vida en su bar, El Hermafrodita, lustrando y afinando el piano al atardecer.
El cruce de estos personajes principales de la novela con otros muchos cargados de desgarro y desencanto nos sumerge en una vida de exilios, aventuras, ilusiones allá donde no se distinguen las fronteras entre Chile y Argentina, en los canales del Beagle.


Los loberos: Isidoro Prutt, el amigo, el que elige vivir fuera de la historia en Bahía Desolación, el que escribe un diario por necesidad, el hermano del muerto, el heredero del piano. Usiniaga, el indio yámana, el que huele las tormentas. El Chato Rosquellas, contrabandista, indignado por igual con los evangelistas y con los almacenes que le venden alcohol a los indios. El Mudo, el Escorpión, Bonanza, el Conejo y otros verdaderos loberos de ley, endurecidos en las soledades, en los temporales de los canales del sur. Y el criollo-holandés Joris Van Aken, lobero joven, hermano, amante, el muerto.


En la tierra del confín del mundo: Casimiro Pollock, un austríaco feroz, un ganadero sanguinario. Dalmiro Zavaleta, el peón, con ropa rotosa, gorra sucia, barba crecida, en el pozo de la sumisión, el odio, la delación. Eulalia, monja de día, prostituta de noche. Epifanio, un paco, un sargento lleno de aburrimiento y sífilis. Julio Popper, ojo avizor del gobierno, dedicado a perseguir loberos y buscadores de oro en la Tierra del Fuego.


Todos ellos metidos en las rachas de viento, de vida y de muerte. Allí donde sólo el mar tiene poderes. Donde vivir es peligrar. Es andar entre un vasto pasado vacío y la nada del futuro. Donde el hambre camina por las cabezas más que por los estómagos, sin otro interlocutor que el silencio. ¿De dónde vienen? ¿Adónde van? ¿Suerte o desgracia? Turbonadas, roquerías, pestes, olas como montañas, nos arrastran en sus naufragios, sus preguntas sin respuestas, sus delirios.


Libertad Demitrópulos



Nació en la provincia de Jujuy en 1922. Estudió en Tucumán y Buenos Aires. Maestra y Profesora de Letras. Docente y crítica literaria en revistas y diarios del país. Es autora del libro de poemas "Muerte animal y perfume" y de las novelas "Los comensales", "Río de las congojas", "La flor de hierro", "Sabotaje en el álbum familiar" y "Un piano en Bahía Desolación". Publicó también la biografía "Eva Perón". Recibió el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires y el Premio Boris Vian. Murió en Buenos Aires el 19 de julio de 1998.


Respetada por lectores y críticos como lo mejor de la literatura nacional y mujer de uno de los poetas mayores de nuestro país, Joaquín Giannuzzi, Libertad es una escritora solitaria, poco conocida en los espacios del marketing. Con una voz que se podría ubicar en el realismo social, pero que no se queda allí, logra conmovernos, movernos, llenarnos de preguntas, trascender los hechos, trasladarnos a esferas mitológicas, sumergirnos en los delirios y derivas de sus personajes. Leer a Libertad es celebrar al lenguaje.


“…no son novelas históricas, sino experiencias literarias en donde la dimensión histórica irrumpe sobre la imaginaria del presente a fin de explicar sus sentidos últimos y contradictorios y donde ambas aspiran a alcanzar otra más abarcativa: la dimensión mítica. El pasado está presente desde nosotros mismos y si lo recorremos descubriremos que está vivo como el carozo de la fruta” ha dicho ella misma de su obra.


La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua, Jorge Amado. Por María Pagola.

 
“Quisiera prometerte una muerte como la de Quincas, pero sabés que no podré. Tus mujeres, felices, se encargarán de recuperarte. Un tiempo pensé que andaríamos juntos por las calles de Bahía. Enero/08.”


Así comienza La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua. No el libro, sino la dedicatoria que una mujer le dejó a un hombre. Él lo vendió en una librería de usados y provocó en mi la intriga y curiosidad y necesidad de leerlo.


Jorge Amado juega con las palabras, con el lector y con su país. En todas las páginas de la novela está el color, el olor y el baile de Brasil.


El protagonista tuvo dos vidas, dos nombres y dos muertes. Se fue de su casa, cómoda y burguesa para vagabundear por las calles, disfrutar del mar y estar con sus amigos. Amado escribe la historia desde las dos subjetividades, la de la familia que no pudo entender como Joaquim Soares da Cunha, funcionario ejemplar de rentas dejó todo para no tener nada. Y la de los amigos que invitan a Quincas Berro Dágua a morir como se lo merece, como el deseaba: en el mar, con aguardiente, cazuela de raya y una música que alimenta el alma. La novela se narra desde estos dos ángulos, ojos de distintas personas viendo al mismo muerto, que es uno y es otro.


El juego con la idea de la muerte es magistral. La ambigüedad y el enigma que propone hace que el lector se cuestione constantemente si Quincas realmente está muerto o simplemente borracho. Como lo describe, como lo hace moverse por el escenario, las sonrisas y los movimientos de cabeza dan lugar al lector para que elija como quiere que Quincas muera.


Subyacen críticas a la iglesia y a la política de manera sutil, generalmente poniendo en contraposición a los saberes populares y las divinidades afro-católicas brasileras.


La historia de su nombre Berro Dágua (grito de agua), vale la pena transcribirla:


“Había entrado él al almacén situado en la parte externa del Mercado y propiedad de López, un simpático español. Cliente habitual, había conquistado el derecho de servirse sin llamar al empleado. Quincas vio sobre el mostrador una botella colmada de aguardiente límpido, transparente, perfecto. Llenó un vaso, escupió para limpiarse la boca, y lo bebió de un trago. Y un alarido inhumano cortó la placidez de la mañana en el Mercado, estremeciendo al propio Elevador Lacerda en sus profundos cimientos. El grito de un animal herido de muerte, de un hombre infeliz y traicionado:


- ¡Aggguuaaa!


¡Español inmundo, asqueroso, de mala fama! Empezó a acudir gente de todas partes; sin duda estaban asesinando a alguien. Los parroquianos del almacén se reían a carcajadas. El grito de agua de Quincas se divulgó muy pronto (…)”
La novela, en conclusión, es una exquisita invitación a merodear Brasil y a Amado que logra en pocas páginas una historia de tan cruel y verdadera como increíble y fantástica.
Nota: Valen –mucho- la pena los dibujos que ilustran de la edición de Emecé.




“SPUTNIK, MI AMOR” Haruki Murakami. Por Cristina Baroni.


El narrador, un joven profesor de primaria, está enamorado de Sumire, a quien conoció en la universidad. Pero Sumire tiene una única obsesión: ser novelista; además se considera la última rebelde, viste como un muchacho, fuma como un carretero y rechaza toda convención moral. Un buen día, Sumire conoce a Myû en una boda, una mujer casada de mediana edad tan hermosa como enigmática, y se enamora apasionadamente de ella. Myû contrata a Sumire como secretaria y juntas emprenden un viaje de negocios por Europa que tendrá un enigmático final.
Perdidos en la inmensa metrópoli de Tokio, tres personas se buscan desesperadamente intentando romper el eterno viaje circular de la soledad; un viaje parecido al del satélite ruso Sputnik, donde la perra Laika giraba alrededor de la Tierra y dirigía su atónita mirada hacia el espacio infinito.


Quinta novela de Haruki Murakami que llega a mis manos. De nuevo en la historia se juntan la pasión, la sensualidad, la muerte y la división entre la realidad y lo onírico. A veces reflexiva, a veces sumergida en la estética de un sueño, Murakami nos habla de amores imposibles, el de Sumire por Muy, el del narrador por Sumire con esa melancolía que le es propia al escritor japonés.

“Es que, cuando te disparan, sangras.” Posiblemente esta frase intente explicar uno de los principios básicos de la realidad. Aceptar las cosas difíciles de desentrañar como cosas difíciles de desentrañar, aceptar el hecho de sangrar. Disparar y sangrar.


Los verdaderos protagonistas de la novela son sentimientos como la alienación, la soledad y el vacío, descritos magistralmente con una especie de parábola en que una persona se puede desdoblar, perdiendo todas sus pasiones y emociones cálidas y humanas y dejando un cascarón gélido y triste, aunque perfectamente funcional en nuestra sociedad. El autor consigue mantener la atención del lector y llevarlo al terreno donde más brilla, la descripción de los fundamentos de la vida y del amor, dejando un resto de tristeza.


El nombre del satélite que hace 53 años envió la URSS hacia el firmamento, Sputnik, significa en ruso “compañero de viaje”. Como satélites orbitando alrededor de nuestro planeta, K., Sumire, y Myû de vez en cuando se acompañan, pero también vagan por entre las vigas de la existencia, sin jamás chocar realmente, ateniéndose sólo a roces en momentos ínfimos como la arena y a perderse –o encontrarse- en la inmensidad de sus propios espíritus.


Sobre un Horizonte de Cemento (1940) de Bernardo Kordon. Por Mauro Maceri.



Al abandonar el tranvía, Juan Tolosa deambula por el bajo tal como lo hiciera exactamente veinticuatro horas atrás. Las mismas calles de fondas, tangos y marineros lo reciben como parte de su paisaje. En su bolsillo hay, ahora, unos pocos pesos y trata de ordenar sus próximos pasos. Hasta la fría noche de invierno pareciera repetirse pero, para él, cada momento es pura construcción, un infinito reinventarse cotidiano.


En el relato de Bernardo Kordon nos encontramos, ante todo, con un amante del camino: el personaje de Tolosa es -según sus propias palabras- un linyera, un vagabundo transitando esa mole de cemento. Es durante el peregrinar de un día cuando se nos revela parte de su vida, de su historia. El tiempo narrativo es una tensión entre ese presente en la ciudad y el recuerdo suspendido en otras tierras, otras gentes. También sobrevuela el de otra Buenos Aires. Los relatos cortos utilizados en cada uno de los capítulos, dan el tono armónico a las anécdotas contadas por el Viejo en la mesa de algún piringundín, a las imágenes que lo asaltan al reconocer sus manos en las de algún trabajador o a la contemplación de las vías sobre el asfalto que lo catapultan a escenarios donde los rieles del Central Argentino se fundían en un horizonte de tierra y cielo.


De manera sutil y sencilla -casi sin puntos de inflexión diríamos-, Kordon crea la voz justa para reivindicar el lugar de aquellos que ceden solamente en esta vida ante la “irresistible tentación del camino”, para volverlo cuerpo, como un latido, y sentir su ritmo libertario en las piernas. Desde los ojos del protagonista la ciudad y su gente carecen de esta vitalidad, se vuelven artificiales, representan un ambiente frío y hostil semejante a la muerte. Ni siquiera escapan a esta mirada los trabajadores –reales hacedores de oficios, laburantes- los cuales gozan de una consideración especial -casi un homenaje- en sus reflexiones. Mientras ellos son cautivos de la urbe dejándose morir por sus límites, Juan Tolosa impone su paso vagabundo para sobrevivirla, haciendo de ese horizonte de cemento un intento estéril de detener su andar, como queriendo apagar un corazón.


En eso andaba el Viejo, cuando se detuvo para descansar los huesos y contar su historia.


El Gran Gatsby de Scott Fitzgerald. Betina Miralles


Desde su publicación en 1925, El Gran Gatsby se transformó en éxito absoluto y en una de las más importantes obras de su autor. La intención de Fitzgerald fue representar claramente la sociedad norteamericana de entre guerras de los años 20. El fracaso del sueño americano.
De Gatsby poco sabe la gente que lo rodea¸ ni siquiera que su verdadero nombre no es aquel por el cual es conocido. Pero poco interesa quién sea ese rico maravilloso y enigmático que da las mejores fiestas de la sociedad neoyorkina. Gatsby es un hombre enamorado. Así podríamos simplemente definirlo. Un hombre que logra todas las posesiones que tiene con el solo objetivo de impresionar y reconquistar a Daisy, un antiguo amor que probablemente no lo merezca.
El narrador, Nick, es primo de Daisy. Sin saber quién es su vecino, Nick presencia desde su humilde casa las fastuosas reuniones que tienen lugar en la mansión lindera. Un día Gatsby le cursa una invitación a Nick y comienza una amistad que mucho interesa al primero. Será a través de Nick que reencontrará a Daisy y tendrá una nueva oportunidad.


Contada así es una historia romántica más. Y no lo es. Es una historia de vanalidades, de apariencias, de inmensas soledades. Una historia en la que cada uno de los personajes se encuentra profundamente solo en medio del brillo y de la ostentación. Es una gran pintura de esa sociedad norteamericana. Cada personaje principal o secundario está puesto con un propósito. La lengua y el estilo que utiliza su autor tienen un objetivo: Fitzgerald quiere contar sin juzgar Deja esa tarea al lector que probablemente pasa por un sinfín de emociones a medida que imagina el final trágico de la historia.
La tapa de la primera edición del libro que es la que acompaña a este comentario también es muy significativa. “La mandó a hacer especialmente Perkins, su editor, a Francis Cugat en un estilo Art Deco. Representa los ojos de Daisy mirando tristemente el espectáculo glamoroso de la vida de Nueva York. Luego Fitzgerald la incluyó en la historia como los ojos de Dr Ecklebug que todo lo ven, símbolo dominante de la novela”.(Charles Scribner III)


Una novela para leer y releer. Versa sobre la sociedad desalmada.


La espada del destino de Andrzej Sapkowski. Soledad


Andrzej Sapkowski es un autor polaco de fantasía heroica que escribió la saga de Geralt de Rivia, compuesta por siete novelas que rompen con los moldes de lo establecido en la literatura medieval.


El autor es creador de un universo original en el cual el personaje principal es un brujo mutante que se gana la vida como cazador de monstruos y tiene una gran capacidad para la lucha con la espada y poderes mágicos.
La novela que elegí se titula “La Espada del Destino” y es la segunda de la saga, está compuesta por seis relatos cortos de ágil lectura que siguen una secuencia en la que seguiremos a Geralt, el personaje principal, por diferentes caminos: amistad, conquista de territorios, amor, deseo, codicia, búsqueda de poder, conflicto de supervivencia, rechazo a lo diferente, batallas, aventura, todo esto sumergido en una ambientación con poderes mágicos y hechizantes.
Sapkowski hace referencias a cuentos y mitos tradicionales, con metáforas ingeniosas que cada lector tendrá que descifrar a cerca del ser humano y las relaciones que se establecen entre ellos y los diferentes seres del mundo que crea en su novela. La Espada del Destino y toda la saga poseen un humor cínico y ácido que no es propio del género, pero que logra agradar y le da ese toque original y tan poco convencional.


También debo mencionar el lenguaje que utiliza el autor, muy variado, rico y hasta diferentes lenguas para algunos habitantes del mundo de Geralt. La utilización de jergas, diálogos muy bien logrados y humor negro le dan un matiz propio a la saga. En sus páginas se esconden historias profundas con gran contenido moral en la novela.
Sapkowski no solo se limita a relatar las aventuras de este héroe discriminado por los humanos por su condición de brujo con el que se han hecho experimentos convirtiéndolo en mutante para lograr su condición, sino que los demás personajes cobran protagonismo y se vuelven interesantes para el lector. El autor tiene la capacidad de describir y crear imágenes excelentes en sus páginas, logrando el poder de un gran artista. Con una sensibilidad poética admirable nos obliga a recorrer el camino de este personaje peculiar que busca trabajo, pero sin sacrificar sus principios y donde el ser humano compite con otras razas y con él mismo por el poder y el logro de sus objetivos. De manera solitaria y en busca de su destino, se dirige el brujo Geralt que no termina de encajar en ningún lado y se encontrará con “algo más” en ese recorrido.
En las últimas páginas nos encontraremos con un final que no decepciona y en el que cobra fuerza toda la novela para dejarnos con ganas de seguir leyendo a este autor polaco que le da vida a personajes y situaciones sorprendentes.

Nadie Nada Nunca. Juan José Saer. Por Lucia Gonzalez
“Durante un lapso incalculable, al que ninguna medida se adecuaría, todo permanece, subsiste, aislado y simultáneo. (…)El lapso incalculable, tan ancho como largo es el tiempo entero, que hubiese parecido querer, a su manera, persistir, se hunde, al mismo tiempo, paradójico, en el pasado y en el futuro, y naufraga, como el resto, o arrastrándolo consigo, inenarrable, en la nada universal.”


Así termina la novela y en esas palabras se encierra todo su argumento: el libro trata sobre un lapso incalculable de tiempo. Son cuatro días, desde el viernes hasta la mañana del lunes, atravesados por la intriga que un asesinato de caballos en serie trae a la ciudad, y por el calor de un febrero irreal. Todo está narrado de tal forma que los asesinatos son un ruido de fondo, algo que marca un compás, son la señal de que ha habido un antes (la muerte del primer animal) y de que habrá un después (seguirán muriendo caballos o se encontrará finalmente al asesino). Lo que sería lo narrable cruza la mezcla entre cuerpos, espacio y tiempo como si éstos formasen un río liso y dorado. Apenas genera algunas arrugas en su superficie.


Saer se mete en esta maraña del nadie, el nada y el nunca, se mete al fondo del río. Y lo hace repitiendo. No es simplemente una novela contada desde varias perspectivas, no se van agregando datos a ningún nudo narrativo. Es una novela de la expansión: son algunos días que se repiten, su unidad se pierde y el tiempo se expande porque Saer recorre aquellos cuerpos que se mueven en esos días, en ese febrero irreal. Son cuerpos que están enredados en ese espacio (en la casa de paredes blancas, en la playa, en el río, en la isla) y, también con otros cuerpos, pero que más que nada están vueltos a sí mismos. Por eso se repite: para ver cómo subsisten, en simultáneo pero aislados. La palabra que aparece constantemente es nada, sin embargo no parece ser análoga o representar un vacío, sino todo lo contrario, es donde se encuentra todo, unido e indefinido. El recorrer siempre los mismos días y el repetir hasta tres o cuatro veces un mismo párrafo sin que se diga ninguna otra cosa en el medio, es la forma de hundirse en esa nada. De allí comienzan a distinguirse el Gato, Elisa, el bañero, el Ladeado, el bayo amarillo. Y cada uno tiene una forma distinta de relacionarse con el espacio que lo rodea.


Saer los distingue, los hace asomar la cabeza por encima del agua, por encima del río color caramelo, para terminar como en un principio. Aquello que por un instante aparece aislado, se vuelve a hundir en lo ancho del tiempo. Todo se vuelve a enmarañar: el pelo suave y sudoroso, la mano, la confianza, el alivio, la mirada, el café, el gusto del café, la transparencia gris del aire que envuelve, los cuerpos que laten monótonos. Todo se vuelve inenarrable otra vez.




1 comentario:

  1. Gatsby pendiente de la luz verde al final del malecón de Daisy; su biblioteca que es como un decorado, los libros con las hojas sin cortar; las fiestas, "el pasado que no puede volver", el camino paradójico de los barcos que retroceden cuando avanzan hacia adelante.
    ¡Qué lindo que está el blog amigos! saludos!

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