lunes, 2 de mayo de 2011

Una historia, muchos finales.

En el taller venimos pensando la obra de Salinger. Las variaciones del tiempo en que escribió sus nueve cuentos. La guerra. El ascenso social y la caída estrepitosa en una cultura del consumo, vacía, enajenante. La soledad y los inconclusos. Piezas de ajedrez que se mueven en el medio de diversos implicados. Todos, mostrándonos sus partes. Puras y esenciales parcialidades.


En el último encuentro y a título de cita por un escrito que circuló de Marcelo Escande, leímos "Linda boquita y verdes tus ojos" y como alguna vez pasada velamos el último párrafo para completarlo a nuestro capricho.


Entonces mientras van llegando los finales....
En dos semanas también tendremos el de Salinger.


Linda boquita y verdes tus ojos. 

Cuando sonó el teléfono, el hombre de pelo entrecano le preguntó a la chica, con cierta deferencia, si por alguna razón prefería que no contestara. La chica lo oyó como desde lejos, y volvió la cara hacia él, con un ojo -el que estaba del lado de la luz- totalmente cerrado, y el ojo abierto, aunque insidioso, muy grande, y tan azul que parecía casi violeta. El hombre canoso le pidió que se diera prisa, y ella se incorporó sobre el brazo derecho apenas con la presteza- necesaria como para que el movimiento no pareciera negligente. Se apartó el pelo de la frente con la mano izquierda y dijo: 
142fc496eac1104b24ae30fdcb1cffa1.13555827599 -Por Dios. No sé. Quiero decir, ¿a ti qué te parece? 
El hombre canoso dijo que a su juicio no había mucha diferencia entre una cosa y la otra, y pasé la mano izquierda por debajo del brazo en que se apoyaba la chica, deslizando los dedos paulatinamente hacia arriba, por entre las tibias superficies de su pecho y su antebrazo. Extendió la mano derecha hacia el teléfono. Para alcanzarlo sin tantear, tuvo que erguirse un poco más, lo que hizo que su cabeza rozara la pantalla de la lamparilla. En ese instante, la luz resaltó netamente su pelo gris, casi totalmente blanco. Aunque desordenado en ese momento, era evidente que se lo había hecho cortar hacía poco, o, más bien, recortar. La nuca y las patillas tenían el corte convencional, pero en los costados y arriba el pelo era más bien largo, y resultaba, en realidad, hasta casi «distinguido». 
-¿Hola? -dijo, con voz sonora. 
La chica permaneció semiincorporada sobre el antebrazo y lo observó. Sus ojos, simplemente abiertos, más que alerta o pensativos, reflejaban sobre todo su propio tamaño y su color. 
Una voz de hombre -remota, aunque casi obscenamente rápida, dadas las circunstancias- llegó desde el otro lado: 
-¿Lee? ¿Te he despertado? 
El hombre canoso echó una rápida mirada hacia su izquierda, a la chica. 
-¿Quién eres? -preguntó-. ¿Arthur? 
-Sí... ¿te he despertado? 
-No, no. Estoy acostado, leyendo. ¿Pasa algo? 
-¿Estás seguro de que no te he despertado? ¿Lo juras? 
-No, no, en absoluto -dijo el hombre canoso-. La verdad es que apenas duermo un promedio de cuatro horas miserables... 
-Lee, te llamo porque... ¿No te fijaste a qué hora salió Joanie? ¿No sabes si se fue con los Ellenbogen, por casualidad? 
El hombre canoso miró otra vez a la izquierda, pero ahora más arriba, más allá de la chica, que lo observaba como podría hacerlo un joven policía irlandés de ojos azules. 
-No, Arthur, no vi nada -dijo, con los ojos fijos en la penumbra del otro lado de la habitación donde se juntaban la pared y el techo-. ¿No se fue contigo? 
-No, diablos, no. Entonces, ¿no la viste salir? 
-Bueno, no, en realidad, no la vi, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano-. La verdad es que no vi absolutamente nada en toda la noche. Apenas entré me enzarzaron en una discusión con ese rufián francés, o vienés, o de donde sea. Estos extranjeros desgraciados siempre están tratando de conseguir un consejo jurídico gratuito. ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Se ha perdido Joanie? 
-¡Dios mío! ¡A saber! Yo no sé. Tú la conoces, cuando empieza a beber y querer divertirse. Yo no sé. A lo mejor casualmente... 
-¿Has llamado a los Ellenbogen? -preguntó el hombre canoso. 
-Sí. Todavía no han llegado. No sé. ¡Ni siquiera estoy seguro de que se haya ido con ellos! Pero te digo una cosa, una sola cosa. Basta de romperme la cabeza. En serio. Esta vez lo digo en serio. Estoy harto. Cinco años. ¡Dios mío! 
-Bueno, Arthur, ahora trata de tomarlo con un poco de calma -dijo el hombre canoso-. Para empezar, ya sabes cómo son los Ellenbogen. Seguramente se metieron todos en un taxi y se fueron al Village un par de horas. Es probable que los tres aparezcan... 
-Estoy seguro de que empezó a arrimarse a algún desgraciado en la cocina. Ya me lo imagino. En cuanto se emborracha empieza a restregarse contra cualquier infeliz en la cocina. Pero basta. Te juro que esta vez va en serio. Cinco años del... 
-¿Dónde estás ahora, Arthur? -preguntó el hombre canoso-. ¿En tu casa? 
-Sí. En casa. Hogar dulce hogar... 
-Bueno, trata de tomarlo con calma... ¿qué te pasa? ¿Estás un poco borracho o qué? 
-Yo qué sé. ¿Cómo diablos voy a saberlo? 
-Bueno, está bien. Ahora escúchame. Tranquilízate. Estate tranquilo -dijo el hombre canoso-. Tú ya sabes cómo son los Ellenbogen. Lo que sucedió posiblemente es que perdieron el último tren. Seguro que en cualquier momento aterrizan por ahí los tres, muertos de risa, después de haber estado en algún... 
-Se fueron en coche. 
-¿Cómo lo sabes? 
-Por la chica que va a cuidar a los niños. Tuvimos una conversación muy brillante. Toda una comunión espiritual. Como dos asquerosas sardinas en una misma lata. 
-Bueno. Bueno. ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Te calmarás, ahora? -dijo el hombre canoso-. Casi seguro que en cualquier momento llegan los tres juntos. Créeme. Tú sabes cómo es Leona. No sé qué demonios le pasa... en cuanto llegan a Nueva York se llenan de esa horrible alegría digna de Connecticut. Tú los conoces bien. 
-Sí, ya sé. Ya sé. Aunque no sé nada. 
-Claro que sabes. Piénsalo un poco. Seguro que los dos se llevaron a Joanie por la fuerza... 
-Oye. A Joanie nunca hubo que llevarla por la fuerza a ningún lado. No me vengas ahora con esa teoría. 
-Nadie te viene con ninguna teoría, Arthur -dijo el hombre entrecano con calma. 
-¡Ya sé! ¡Ya sé! Discúlpame. Me estoy volviendo loco. Dime la verdad, ¿estás seguro de que no te he despertado? 
-Si fuera así, te lo diría, Arthur -dijo el hombre canoso. Distraídamente, sacó la mano izquierda de entre el pecho y el brazo de la chica-. Escucha, Arthur. ¿Quieres un consejo? -dijo-. Tomó el cable del teléfono entre los dedos, muy cerca del aparato- Te lo digo en serio. ¿Quieres un consejo? 
-Sí. No sé. No te dejo dormir. Lo mejor sería que fuera y me cortara de una vez por todas la... 
-Escúchame un momento -dijo el hombre de pelo entrecano-. Primero, y esto te lo digo en serio, métete en la cama y tranquilízate. Prepárate un vaso bien grande de alguna bebida fuerte, y acués... 
-¡Bebida! ¿Hablas en serio? Dios. En estas dos malditas horas me he bebido casi un litro... ¡Un vaso! Estoy tan bebido ahora que apenas... 
-Bueno, bueno. Acuéstate, entonces -dijo el hombre canoso- Y tranquilízate... ¿me oyes? Dime la verdad. ¿Vas a ganar algo enloqueciéndose de esa forma y dando vueltas por ahí? 
-Sí, ya sé. Ni siquiera tendría que preocuparme. Pero, cuernos, ¡no se puede confiar en ella! Te lo juro por Dios. Juro por Dios que no se puede. Se puede confiar en ella como se puede confiar en un... bueno, no sé en qué. ¡Oh! ¿Para qué sirve todo? ¡Estoy volviéndome loco! 
-Bueno. Olvídate ahora. Olvídate. ¿Quieres hacerme el favor y borrar todo eso de tu cabeza? -Dijo el hombre canoso-. Después de todo, seguro que estás exagerando... creo que estás haciendo una montaña de... 
-¿Sabes a qué extremos he llegado? Me da vergüenza contártelo, pero ¿sabes qué estoy a punto de hacer todas las noches, cuando llego a casa? ¿Quieres saberlo? 
-Escúchame, Arthur, no es esto lo que... 
-Espera un segundo, maldita sea, te lo voy a decir. Prácticamente tengo que contenerme para no abrir todas las puertas del piso...te lo juro por Dios. Todas las noches, cuando llego a casa, estoy casi seguro de encontrarme con un montón de hijos de puta escondidos por todos lados...Ascensoristas. Repartidores. Policías. 
-Bueno, bueno. Tratemos de tomar las cosas con un poco más de calma, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano. Miró de pronto a su derecha, donde un cigarrillo, encendido un momento antes, hacía equilibrio en el borde de un cenicero. Por lo visto se había apagado, y no hizo ademán de cogerlo-. Para empezar, te lo he dicho ya infinidad de veces, Arthur, ése es justamente el error más grande que puedes cometer. ¿Sabes cuál es? ¿Quieres que te lo diga? Haces todo lo posible por torturarte, te lo digo en serio. En realidad, eres tú quien incita a Joanie –calló-. Tienes la suerte de que ella es una chica maravillosa. En serio. Y para ti carece totalmente de gusto... y de inteligencia. Diablos, si vamos al caso... 
-¡Inteligencia! ¿Estás bromeando? ¡No tiene ni pizca de cerebro! ¡Es un animal! 
El hombre entrecano respiró hondo, y sus fosas nasales se dilataron: 
-Animales somos todos –dijo-. En el fondo, todos somos animales. 
-Ni hablar. Yo no soy ningún animal. Seré un imbécil, un engañado hijo de mala madre del siglo veinte, pero no soy animal. No me vengas con ésas, no soy un animal. 
-Escúchame, Arthur. Esto no nos conduce a... 
-¡Inteligencia! ¡Dios Santo! Si supieras lo cómico que resulta. Ella se considera toda una intelectual. Eso es lo que da más risa. Lee la página de los teatros y mira la televisión hasta quedarse prácticamente ciega. Y por eso se cree intelectual. ¿Sabes con quién me he casado? ¿Quieres saber con quién me he casado? Estoy casado con la más grande actriz en ciernes todavía sin descubrir, la más grande novelista, psicoanalista y genio incomprendido de Nueva York. No lo sabías, ¿verdad? Dios. Es para morirse de risa. Madame Bovary en la Columbia Extension School. Madame... 
-¿Quién? -preguntó el hombre canoso, con tono de aburrimiento. 
-Madame Bovary sigue un curso de crítica de la televisión. Dios mío, si supieras cómo... 
-Está bien, está bien. Te das cuenta de que así no vamos a ninguna parte -dijo el hombre canoso. Se volvió y, acercando dos dedos a la boca, le indicó a la chica que quería un cigarrillo-. En primer lugar, siendo un tipo tan inteligente, careces totalmente de tacto. -Se incorporó un poco para que la chica pudiera alcanzar los cigarrillos por detrás suyo-. Te lo digo en serio. Se ve en tu vida particular, se ve en tu... 
-Inteligencia. ¡Dios mío! ¡Qué risa me da! ¿Alguna vez la has escuchado describir a alguien... a un hombre, quiero decir? Alguna vez, cuando no tengas nada que hacer, hazme el favor y pídele que te describa a un hombre. Para ella, todo hombre que ve es 
«terriblemente atractivo». Ya puede ser el más viejo, el más gordo, el más grasiento... 
-Está bien, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano con rudeza-. Así no vamos a ninguna parte. A ninguna parte. -Le quitó un cigarrillo encendido a la chica, que había prendido dos-. Hablando de otra cosa -dijo, exhalando humo por la nariz-, ¿cómo te fue hoy? 
-¿Qué? 
-¿Cómo te fue hoy? -repitió el hombre canoso-. ¿Cómo fue el pleito? 
-¡Diablos! No sé. Un asco. Dos minutos antes de que yo empezara mi alegato final, el letrado de la otra parte, Lissberg, se presenta con esa camarera chiflada y un montón de sábanas como prueba... todas manchadas de chinches. 
-Entonces, ¿qué pasó? ¿Perdiste? -preguntó el hombre de pelo entrecano, aspirando otra bocanada de humo. 
-¿Sabes quién estaba en el estrado? Madre Vittorio. Nunca sabré qué demonios tiene ese hombre contra mí. No puedo ni abrir la boca sin que se me eche encima. Con un tipo así no se puede razonar. Es imposible. 
El hombre canoso volvió la cabeza para ver qué hacía la chica. Había tomado el cenicero y lo colocaba entre los dos. 
-Entonces, ¿perdiste o qué? 
-¿Cómo? 
-Te pregunto si perdiste. 
-Sí. Iba a decírtelo. En la fiesta no tuve oportunidad, con todo ese barullo. ¿Crees que Junior va a armar escándalo? Me importa un bledo, pero ¿qué piensas? ¿Crees que armará escándalo? 
Con la mano izquierda, el hombre canoso sacudió la ceniza del cigarrillo en el borde del cenicero. 
-No creo que necesariamente arme un escándalo, Arthur -dijo con calma-. Aunque no hay muchas probabilidades de que le provoque una gran alegría. ¿Sabes cuánto hace que nos encargamos de esos tres asquerosos hoteles? El viejo Shanley empezó todo... 
-Ya sé, ya sé. Junior me lo ha dicho por lo menos cincuenta veces. Es una de las mejores historias que he escuchado en toda mi vida. Bueno, está bien, perdí ese asqueroso pleito. En primer lugar, no fue culpa mía. Primero, el chiflado de Vittorio me persiguió durante todo el juicio. Después esa camarera mongólica viene y empieza a exhibir sábanas llenas de manchitas de chinches... 
-Nadie dice que sea culpa tuya, Arthur -dijo el canoso-. Tú me has preguntado si yo pensaba que Junior iba a armar escándalo. Sólo traté de contestarte lo más honestamente posible... 
-Ya sé... Ya lo sé. ¡Qué diablo! De todos modos, tal vez me reincorpore al ejército. ¿Te he contado algo de eso? 
El hombre de pelo entrecano volvió la cabeza hacia la chica como para que ella apreciara qué tolerante y estoica era su expresión. Pero la chica no lo advirtió. Acababa de volcar el cenicero con la rodilla y estaba recogiendo rápidamente las cenizas y haciendo un pequeño montón. 
Levantó sus ojos hacia él un segundo más tarde. 
-No, Arthur, no me lo has contado. 
-Sí, tal vez lo haga. Todavía no estoy seguro. Por supuesto que la idea no me enloquece y, si puedo evitarlo, no me iré. Pero tal vez no tenga más remedio. No sé. Por lo menos me olvidaré de todo. Si me devuelven mi bonito casco y mi gran escritorio y mi mosquitero, tal vez... 
-Quisiera meterte algunas cosas en la cabeza, muchacho, eso es lo que me gustaría -dijo el hombre canoso-. Se supone que eres un tipo inteligente y hablas como un niño de pecho. Te lo digo con toda sinceridad. Dejas que un montón de cosas pequeñas se vayan acumulando como una bola de nieve hasta que ocupan tanto lugar en tu mente que eres completamente incapaz de cualquier... 
-Tendría que haberla dejado. ¿Te das cuenta? Tendría que haber terminado el verano pasado, cuando realmente estaba decidido a hacerlo. ¿No lo crees? ¿Sabes por qué no lo hice? ¿Realmente quieres saber por qué? 
-Arthur, por Dios. Así no vamos a ninguna parte. 
-Espera un segundo. ¡Déjame decirte por qué! ¿Quieres saber por qué no lo hice? Puedo decirte exactamente el motivo. Porque me dio lástima. Ésa es la pura verdad. Porque me dio lástima. 
-Bueno, no sé. Quiero decir que es algo que no me incumbe -dijo el hombre de pelo entrecano-. Sin embargo, creo que te olvidas de que Joanie es una mujer adulta. No sé, pero me parece... 
-¿Mujer adulta? ¿Estás loco? ¡Es una niña que ha crecido, nada más! Por ejemplo, me estoy afeitando, escucha bien esto, me estoy afeitando, y de repente me llama desde la otra punta del piso. Voy a ver qué pasa...tal cual, a medio afeitarme y con toda la cara cubierta de jabón. ¿Y sabes qué diablos quiere? Preguntarme si yo creo que ella es inteligente. Te lo juro por Dios. Es patética. La miro cuando duerme, y sé muy bien lo que te digo. Créeme. 
-Bueno, es algo que conoces mejor que...quiero decir que a mí no me incumbe -dijo el hombre canoso-. El asunto es que no haces nada constructivo para… 
-No somos una buena pareja, eso es todo. No es más que eso. Hacemos una pareja asquerosa. ¿Sabes lo que le hace falta? Necesita un gran rufián taciturno que de vez en cuando la deje tendida de un golpe, y después vuelva y siga leyendo el diario. Eso es lo que le hace falta. Soy un tipo demasiado débil para ella. Ya lo sabía cuando nos casamos, te lo juro por Dios. Quiero decir, tú eres un buen sujeto, nunca te has casado, pero a veces, cuando uno se casa, tiene como un presentimiento de lo que va ser su vida después. Yo no le hice caso. No hice ningún caso de esos presentimientos. Soy débil. Ésa es toda la historia, en definitiva. 
-No eres débil. Sólo que no procedes con inteligencia -dijo el hombre de pelo entrecano, aceptando un cigarrillo recién encendido que le tendía la chica. 
-¡Sí que soy débil! ¡Claro que lo soy! ¡Yo sé muy bien si soy débil o no! Si no fuera débil, ¿te imaginas que habría dejado que todo se...? ¡Para qué hablar! Claro que soy débil... Te estoy impidiendo dormir... ¿Por qué no cuelgas y listo? Al demonio conmigo. Te lo digo sinceramente. Cuelga. 
-No voy a cortar, Arthur. Quisiera ayudarte, en todo lo humanamente posible -dijo el hombre canoso-. En verdad, tú eres tu peor... 
-Ella no me respeta. Ni siquiera me quiere. Dios mío. En el fondo, si lo analizamos, yo también la he dejado de querer. No sé. La quiero y no la quiero. Según. A veces sí, a veces no. ¡Cielos! Cada vez que me dispongo a terminar de una vez por todas, cenamos fuera, a saber por qué, y nos encontramos en algún sitio y ella va con esos asquerosos guantes blancos o algo por el estilo, qué sé yo. 0 empiezo a acordarme de la primera vez que fuimos en coche a New Haven a ver el partido de Princeton. Tuvimos un pinchazo justo al salir de la autopista, y hacía un frío espantoso, y ella sostenía la linterna mientras yo cambiaba ese maldito neumático...tú sabes lo que quiero decir. No sé. 0 empiezo a pensar en..., Dios, me cuesta decirlo....empiezo a pensar en ese puerco poema que le escribí cuando empezamos a salir juntos: «Rosa es mi color y blanco, linda boquita y verdes mis ojos.» Qué gracia...Hacía que me acordara de ella. No tiene ojos verdes... tiene ojos como apestosos caracoles marinos...pero, Cristo, igual hacía que me acordara de ella. No sé... ¿De qué sirve hablar? Me estoy volviendo loco. Cuelga, ¿quieres? Te lo digo en serio. 
El hombre canoso carraspeo y dijo: 
-No tengo ninguna intención de colgar, Arthur. Sólo hay una... 
-Una vez me compró un traje. Con su propio dinero. ¿Te lo había contado? 
-No. Yo... 
-Se fue precisamente a Tripler, creo, y me lo compró. Yo ni siquiera la acompañe. Quiero decirte que tiene algunos gestos endiabladamente hermosos. Y lo más gracioso es que no me estaba tan mal. Sólo tuve que hacerlo ajustar un poco en los fondillos de los pantalones y en el largo. Quiero decir que tiene algunos malditas gestos muy bonitos. 
El hombre del pelo entrecano escuchó unos instantes más. Luego se volvió de pronto hacia la chica. La mirada, aunque breve, la puso al tanto de todo lo que ocurría al otro lado de la línea. 
-Bueno, Arthur, escúchame -dijo-. Así no vamos a ninguna parte. Te lo digo sinceramente. Escúchame. ¿Quieres desvestirte y acostarte, como un buen chico? ¿Y descansar un poco? Joanie seguramente llegará a casa dentro de dos minutos. No querrás que te vea así, ¿verdad? Es probable que aterrice por ahí con los condenados Ellenbogen. No querrás que todos te vean así, ¿no es cierto? -escuchó- ¿Arthur? ¿Me oyes? 
-Te estoy echando a perder toda la noche. Todo lo que hago es... 
-No me estás echando a perder nada -dijo el hombre de pelo entrecano-. Ni lo pienses. Ya te dije que de noche no duermo más de cuatro horas en total. Lo que sí me gustaría, sería ayudarte todo lo posible, chico -escuchó-. ¿Arthur? ¿Estás ahí? 
-Sí, estoy aquí. Escúchame. Ya que no te dejo dormir, ¿te importaría que fuera hasta tu casa para tomar un trago? ¿Te molestaría? 
El hombre canoso se enderezó, colocó su mano libre de plano sobre la cabeza y dijo: 
-¿Ahora, quieres decir? 
-Sí. Claro, si te parece bien. Me quedaría sólo un minutito. Lo único que quiero es sentarme en algún lado y...qué sé yo. ¿Estás de acuerdo? 
-Mira, lo que pasa es que no creo que debas hacerlo, Arthur -dijo el hombre canoso retirando la mano dde la cabeza-. Por supuesto que puedes venir cuando quieras, pero sinceramente creo que ahora deberías descansar y tranquilizarte hasta que llegue Joanie. Te lo digo sinceramente. Lo que tú quieres es estar justo ahí cuando ella llegue a casa. ¿Estoy en lo cierto, o no? 
-Sí. No sé. Te lo digo de verdad, no sé. 
-Bueno, pero yo sí. Sinceramente, yo sí -dijo el hombre canoso-. Escúchame. ¿Por qué no te vas a la cama ahora, y descansas, y más tarde, si tienes ganas, me llamas de nuevo? Claro, si es que tienes ganas de hablar. Y no te preocupes. Eso es lo principal. ¿Me oyes? ¿Harás lo que te digo? 
-Bueno. 
El hombre canoso mantuvo el receptor junto a su oído durante un momento y luego cortó. 
-¿Qué dijo? -le preguntó en seguida la chica. 
Él cogió su cigarrillo del cenicero, es decir, lo seleccionó entre un montón de colillas y de cigarrillos a medio fumar. Aspiró una bocanada de humo y dijo: 
-Quería venir a tomar una copa. 
-¡Dios mío! ¿Y qué le dijiste? -preguntó la chica. 
-Ya me oíste -dijo el hombre canoso, y la miró-. Podías oírme, ¿no? -Apagó el cigarrillo. 
-Estuviste maravilloso. Realmente maravilloso dijo la chica, observándolo-. ¡Dios mío! Me siento fatal. 
-Bueno... -dijo el hombre canoso-. Es una situación difícil. No sé si estuve tan maravilloso. 
-Sí, lo has estado. Has estado maravilloso -dijo la chica-. Me siento floja, totalmente floja. ¡Mírame! 
El hombre de pelo entrecano la miró. 
-Bueno, verdaderamente, la situación es imposible. Quiero decir que todo es tan fantástico que ni siquiera... 
-Disculpa -dijo de pronto la chica, y se inclinó hacia delante-. Creo que te estás incendiando. Rápidamente le pasó las puntas de los dedos por el dorso de la mano-. No era sólo ceniza. Has estado maravilloso –dijo-. ¡Me siento fatal! 
-Bien, la situación es muy, muy difícil. Evidentemente, el tipo está pasando por un total... 


El final de Valeria Alegrucci

-Bien, la situación es muy, muy difícil. Evidentemente el tipo está pasando por un total…

El hombre entrecano estiró su brazo izquierdo y después su mano izquierda, endureciendo los cinco dedos para alcanzar el rostro de la chica y acariciarle la curvatura imperfecta y sinuosa de sus pómulos. La tez de la chica, esa noche, parecía más salpicada y mezclada con la vida, que la de noches anteriores. Lee, más que nadie conocía la textura de la piel de Joanie. Así se llamaba. Lee prefería llamarla sencillamente J. Hubiera podido reconocerla entre miles, a ojo cerrado, con las manos abiertas sobre la cara y la nuca o quizá bastara con pellizcarle un cachete o la terminación de una oreja. Y es que esa noche la piel de Joanie estaba tan tensa como la piel de un animal pequeño ante los cazadores, perros y rifles; una animalita encogida por el miedo que acecha en los bordes, allí donde apenas entra la luz y la muerte es una música lenta, que aturde como un disparo. Ni un paso más en la palabra “noche” y en la frase “hablemos del asunto, querida”. Entonces suena el teléfono. Lee estira su otro brazo, el brazo derecho para alcanzar el tubo del teléfono y con la otra mano que sostiene el cigarrillo casi consumido, le hace una seña a Joanie para que le arrime la chapita que desborda de cenizas. Ella sonríe por su boca, con una sonrisa hambrienta, que se abre como si fuera masticando el aire. En ese instante, al otro lado del tubo suena la voz de Arthur:

-Espero que me disculpes Lee, te estoy molestando a esta hora de la noche. No volverá a pasar. Joanie acaba de llegar y se está pegando un baño. Olvida todo lo que te dije. Creo que amo a esta linda zorra. Sí, la amo Lee, como a nada en este mundo. ¿Puedes oírme? Soy capaz de decir todas estas pavadas por Joanie. Adiós Lee. Mañana hablamos. No te preocupes por mí. A veces, las ficciones en mi cabeza terminan por convertirse en la realidad. Ve a descansar Lee. Voy a hablar con ella. Creo que es bueno hablar alguna vez, ¿no lo crees Lee? Hoy algo me huele distinto, hablo de Joanie Lee, sabes a lo que me refiero ¿no? Deseo a esta condenada niña más que a nada en el mundo. Voy a colgar Lee. Adiós-



El final de Carolina Heiland


Seguro que es él otra vez. ¿Lo atiendo?-Le dijo el hombre de pelo entrecano a la joven.
-Eh... Sí... Mejor no... Mejor sí... ¡Ay, no sé!
-Dios... Da igual. Decidí algo pero hacelo ya.
-Eh.... Bueno, sí. No me gusta ésto. Me siento fatal...
-¿Hola?- Dijo el hombre de pelo entrecano.
-Sí, Lee, soy yo. ¿Dormías? Perdoname, sé que soy molesto. Bueno pero es la...
-¿Qué pasa Arthur? Ya te dije que no sos molesto...
-Lo soy. Pero como te decía, es la última vez... ¡Lo sé todo! ¡Sí, lo sé, lo siento! ¡Joice no vino porque la mataron! ¡Joice está muerta!
-Ay hombre, calmate, no digas tonterías. Estás pasado de rosca. Necesitás dormir.
-¡Está muerta, está muerta!
-Arthur por Dios... Tienes que...
-¡No voy a poder vivir sin ella! ¡Me voy a matar! Esta es la última vez...
-¡Arthur basta! Por favor calmate que me estás preocupando ¿Qué cosa es la útima vez?
-Que hablo con alguien, eso. Gracias Lee, gracias... Sos un buen hombre... un buen amigo.... Gracias.
   El hombre de pelo canoso miró a la mujer y ella lo entendió todo. Le sacó el teléfono.
-¿Arthur?-Dijo la joven- Arthur soy yo. Por favor no hagas nada, estoy bien. Calmate. Ya voy para casa, tenemos que hablar.




El final de Juan Manuel Canosa



EnEntiendo a la perfección. Quiero decir, está totalmente desconsolado. Nuevamente,  y por ello, estuviste maravilloso, tu consejo le ha dejado más tranquilo, eres un buen compañero.
-          ¿Tú crees?
-         Desde luego, sin embargo hay algo que me inquieta en todo esto. Y debo preguntártelo ¿Hubieses hecho lo mismo que este joven?, quiero decir, esperar a que llegue su mujer.
-          ¿Si nuestra relación fuera como la de ellos?  Supongamos entonces que sí, que te esperaría. No veo ningún sentido en desesperarme,  sé que siempre llegas de tu trabajo a las 4  a.m. y eso no cambiará jamás ¿Comprendes? Digo que…
-          Si, si comprendo, comprendo… (lentamente inclina su cuerpo sobre la almohada y comienza a cerrar sus ojos, lo mira un tanto abatida y finalmente cae en sueño).
     Durante su trabajo, en la madrugada siguiente, ella comienza a sentir mareos y nauseas. Pide permiso a su jefe para retirarse antes de la salida habitual, y toma un taxi hacia el departamento. Al llegar, cuelga su sacón negro y sube por la escalera caracol. Una vez en la habitación enciende la luz.
-       Nooo! No, no (su grito levanta al hombre entrecanoso). Maldito, maldito, te odio. ¿Cómo me has hecho esto? “Linda boquita y verdes mis ojos”...
   (Abrazados en la cama el hombre de pelo entrecanoso y Joanie, desnudos entre  ceniceros repletos de cigarrillos y un licor que aguarda en la mesita).
-       ¡¿Recuerdas cuando anoche me dijiste que había estado maravilloso?! ¡pues yo no lo creía así!, ¡y aun no lo creo! Quiero decir, ¡que es con Joanie que me siento maravilloso!.
-       No logro entender como lo has hecho.
-  Nuestro cuarto de huéspedes. Tú siempre llegas a las 4 a.m. y jamás abres las puertas de las otras habitaciones, al igual que Arthur. Jo (Joanie) ha vivido con nosotros así durante un  año, y ya no es hora de ocultarnos estas cosas. ¡Maldita seas tú, y el infeliz de Arthur, jamás han prestado atención a lo que digo!, jamás me han dejado decir todo lo que sabia y tenía para ustedes. Ahora es tarde, quiero decir muy, muy tarde…




El final de Adriana Khazki

-Bien, la situación es muy, muy difícil. Evidentemente el tipo está pasando por un total…
-De alguna manera él se lo buscó -dijo la chica
-Por qué dices eso?
-Porque Arthur nunca valoró lo que tenía al lado.
-Mirándolo desde esa óptica, algo de razón tienes... Pero de todos modos, no sé si es justo este final.


De pronto sonó el timbre. El hombre canoso y la chica se miraron confundidos. Titubearon un momento, hasta que el hombre se puso su bata y bajó las escaleras.
Tomado del picaporte preguntó -Quién es?
-Abre! Por favor abre!
El hombre giró la llave dos veces y la puerta cedió.
Joanie entró tambaleándose, en un estado lamentable, el rimel corrido, el vestido rasgado, y mirándolo a los ojos le dijo:
-Hola Lee, te ves "terriblemente atractivo" esta noche.



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