viernes, 19 de noviembre de 2010

El taller se va de caza

                                                            Con Carson Mc Cullers
                                        nuestra amiga de siempre






lunes, 1 de noviembre de 2010

A partir de un sexto dedo

Un texto de Valeria Allegrucci

Amaneció con el ruido. Se sintió distinta, tan leve como una pluma que cae en la mañana. Se miró en el espejo. Los dos ojos, el pelo lacio y revuelto, el grano que parecía un volcán, su cuerpo, todo estaba allí y sin embargo algo estaba demás. ¿Qué era? Salió de su casa rumbo al trabajo, en una florería, atendía a los clientes con una dedicación absoluta, les hablaba de los nombres de las plantas, le gustaba planear jardines, los dibujaba en su cabeza. Alguna vez fue a lo de Marta a remover la tierra y los yuyos, la convenció de armar una huerta, a pesar de sus quejas:
-Se me llena todo de caracoles, hormigas y todo tipo de bichitos y es un lío nena- decía Marta
Ella le dijo que se iba a hacer cargo de limpiarla y cuidarla, que cada semana pasaría por su casa al terminar la jornada. Inecita, como la llamaban cariñosamente, conocía cada hierba aromática como la palma de su mano o casi. Pero eso no habría de saberlo ciertamente. Esa misma tarde, mientras le cebaba un mate a su madre, fue que lo descubrió. Entre los dedos de su mano izquierda encontró un dedo más, que no entendía que estaba haciendo allí entre los suyos. Cerró los ojos, refregándoselos con su propia mano, su antigua mano y el maldito dedo seguía en el mismo lugar. Era un dedo largo y de color rosado, si no hubiera sido por las visibles arrugas y las manchas en la piel, quizá hubiera pasado desapercibido para Inés. Miró a su madre que le hablaba de la vecina y de los cursos de verano, curiosamente la había dejado de escuchar. Ahora estaba poseída por aquella aparición insólita. Se dio cuenta de que su madre no podía verlo. Hizo la prueba. Le convidó un pastelito de batata con la mano izquierda y trató de moverlo, aunque el esfuerzo fue en vano, el dedo permanecía inmóvil, como un cardo que brotaba en alguna rama. ¿Por qué  su madre no podía ver la anomalía que se desprendía de su mano? ¿O acaso estaría tan asustada que no quería pronunciar una palabra al respecto? Entonces, Inés, se refugió en el patio, bajo el sol de la tarde empezó a estudiar y a pensar en el dedo. Era algo extraño pero no la inquietaba. De algún modo, misteriosamente es como si hubiera estado esperando este momento. No imaginó que iba a tener la forma de una prolongación avejentada e inútil. Se daba cuenta de que no se conocía a sí misma tanto como había creído. ¿O es que aquello siempre había estado allí? Y ahora ella lo veía por primera vez. Pensó que tal vez si ella pudiera empezar a quererlo un poco, día a día, a pesar del rechazo que sentía, el dedo podría obedecer alguna orden o ser utilizado para algo insospechado. Lo acarició, lo acurrucó en su otra mano, trató de educarlo, lo usaba como cuchara, como peine, con él se delineaba la boca pero no había caso. El dedo no quería despertar. Era algo antinatural. Aquello era imposible. Inés se resignó y comenzó a odiarlo con toda la furia del universo. Se fue a pasar el fin de semana a lo de su abuela y por un tiempo se desligó del asunto. Hacía de cuenta que no estaba allí. Un día quiso cortarlo con un tramontina. Apoyó su mano izquierda sobre la mesa en la que almorzaba con Juana, su abuela, sin meditarlo dos veces, aprovechó el momento en que Juanita fue a la cocina a buscar queso para rallar, empuño el cuchillo y crack. Alguien  aulló. Era un grito de dolor. Un dolor que ella no sentía. Una puntada que le vino de otro. El dedo cayó al piso y rodó hasta los pies de la abuela que se agarraba la mano y maldecía al aire. Inés se acercó lentamente a su abuela y vio cómo le sangraba la mano. También pudo ver que algo le faltaba. Las dos sintieron esa misma carencia. Se sentaron en la mesa, almorzaron en silencio. Cuando terminaron de comer, Inés se ofreció a lavar los platos. Se miraron sin decir palabra. Una música de siesta sonaba en la radio lejana.